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La culpa es de comunicación

Si un candidato o un político electo incumple sus funciones, viola las normas de conducta o se involucra en actos de corrupción, lo que necesita para salir de esa situación no es un buen comunicador, sino un buen abogado.

Con frecuencia se suele responsabilizar de los errores que cometen los políticos a la falta de una buena gestión del equipo de comunicación, como si todo se redujera a la cantidad de publicaciones que se hacen sobre un determinado tema o la puesta en marcha de una campaña de marketing político.

La comunicación es un medio, no un fin. Si no hay un buen producto, con una estrategia política clara, no hay comunicación posible. La materia prima de una comunicación efectiva es la acción política. Y la clave para que un mensaje sea creíble es la coherencia entre lo que se dice a través de los canales de información y lo que la figura política hace en el mundo offline.

De nada sirve lograr una buena, sostenida y creativa estrategia de promoción si el producto es malo, la gente no puede acceder a él o no cumple con las expectativas creadas.


En ese contexto, resulta inoficioso llenar a los medios de comunicación con boletines fríos, post endulcorados o un pelotón de tuits defendiendo a una figura o una iniciativa que impulse un político, si todas las acciones van contracorriente.

Más aún en la era de la Internet, en que nada o casi nada queda oculto. En cualquier rincón existe alguien con un teléfono inteligente y una cámara filmando pendiente de cada paso. El que miente o engaña termina siendo expuesto a través de las redes sociales.

Si un Gobierno cualquiera, por ejemplo, crea un partido político para las elecciones, con el fin de limpiar su imagen y promover candidatos que no estén contaminados por su mala gestión, tarde o temprano será descubierto y señalado.

La gente no es tonta ni come cuento. En la actualidad existe mayor acceso a información y más herramientas para que la ciudadanía y los medios de comunicación puedan develar lo que el poder quiere mantener oculto con consecuencias que pueden incluso comprometer la carrera de los políticos y candidatos.

De ahí que la mejor forma de evitar crisis, desgaste y afectación en la reputación es actuar, pensar y hablar siempre como si se encontrara en una plaza pública, sobre la tarima, frente a cientos de personas mirándolos atentas. Del resto se encarga la comunicación.

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