La comunicación de gobierno del presidente Guillermo Lasso ha estado muy lejos de ser ese caso de estudio exitoso que uno añora diseccionar sin prisa en un aula de clase.
En gran medida, porque se la ha entendido casi exclusivamente desde el campo de la publicidad. Es decir, como un producto más que debe promocionarse para vender al granel.
Eso explica por qué, en los albores del Régimen, se eligieron perfiles con experiencia en campañas comerciales y electorales, para que dirijan la Secretaría General de Comunicación de la Presidencia (SEGCOM). Obviaron así a comunicadores estratégicos con conocimiento del sector público y experiencia en la política real.
Pese a que la Segcom ha tenido (y tiene) en sus mandos medios y operativos profesionales preparados y comprometidos, nunca tuvieron una línea estratégica clara que se aleje de lo ligero de las formas. Además, el propio Gobierno le quitó recursos y desarticuló la red de medios oficiales que en otrora funcionaron como un contrapeso.
El Ejecutivo intentó dar un giro abriendo las puertas de Carondelet a personas vinculadas al periodismo para que dirijan la comunicación oficial. Pero… pasó a ser una suma de esfuerzos y acciones para informar a la ciudadanía, como si el Gobierno fuera un medio de comunicación más, en lugar de un mediador de la interacción social.
Más allá de estos yerros de visión, que han influido en la percepción negativa del Gobierno, tampoco se le puede atribuir a la comunicación la responsabilidad principal del descalabro del Gobierno. ¡Hay que ser justos!
Qué culpa pudo haber tenido la comunicación de que, por ejemplo, el presidente decidiera gobernar solo. Abriéndose frentes con el Partido Social Cristiano (con el que ganó las elecciones) y, de forma paulatina, con el resto de las fuerzas políticas que en un principio se alinearon al oficialismo en la Asamblea Nacional.
Qué culpa pudo haber tenido de que se usara el capital político alcanzado en la vacunación contra la COVID-19, para impulsar una reforma tributaria -que por cierto no ha reactivado la economía familiar- en lugar de una consulta popular que le dé las condiciones mínimas de gobernabilidad.
Qué culpa pudo tener la comunicación de que se haya declarado la guerra al crimen organizado, sin asegurarse antes de tener los recursos, herramientas, conocimiento, asesores y el apoyo necesario para vencerlo.
Qué culpa pudo tener de que se haya descuidado y desplazado a su organización política, el movimiento Creo, quedándose sin una base social propia para enfrentar los momentos difíciles, como el actual. O de que se delegue extraoficialmente a un familiar para que opere políticamente e influya en las decisiones de los sectores estratégicos del Estado.
¡Exacto! Ninguna. Sin una gestión de Gobierno eficiente, es decir, orientada a resultados, basada en un plan estratégico, con roles y responsabilidades claras, resulta muy complicado lograr una comunicación estratégica. Consecuencia de aquello, la Secretaría de Comunicación se ha mantenido como un ente bomberil: dedicada básicamente a apagar incendios.
El 5 de abril pasado, el presidente Lasso posesionó a la nueva Secretaría de Comunicación, Wendy Reyes. La cuarta en menos de dos años. En su intervención, ella destacó que la comunicación estará orientada a tender puentes.
Fuente: Presidencia
Sin embargo, si el presidente no comienza a asumir los errores propios de la gestión, difícilmente podrá lograr un cambio que no sea solo de forma. Es más, pueden apostar a que no pasará mucho tiempo hasta que él sea arrinconado en una entrevista por su falta de resultados o incumplimientos de campaña, para que repita aquella excusa que se ha vuelto su peor muletilla: “hemos fallado en la comunicación”.
Recordemos que la comunicación estratégica es parte indivisible de un buen gobierno y que, para que exista, es imperante tener un buen gobierno.
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