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El poder es como la caña manabita

En la bella provincia de Manabí hay un proverbio popular que se repite como una oración religiosa, en cada bailanta pagana: la caña manabita no es para cualquiera y es absolutamente cierto.


Quien se aventura a experimentar con esa bebida parida de la caña debe estar preparado física y psicológicamente. De lo contrario, con dos o tres secos y volteados; de esos que raspan la garganta con rastrillo, cualquiera se marea, se extravía, pierde el norte y todos los papeles. Eso, exactamente, ocurre con el poder.

El Asambleísta, el Alcalde, el Presidente, o la autoridad que asume un cargo gerencial, se turba con facilidad y embrutece si no está preparado/a para lidiar con el efecto psicoactivo de la política.


Para tomar una caña, así como para gobernar, hace falta inteligencia emocional, madurez, humildad, raciocinio y sentido común. Si se toma demasiado rápido hace que se pierda la consciencia. Por eso, hay que saberlo gestionar.


El poder sobrecoge después del primer trago. Calienta el cuerpo, envalentona, altera la visión y hace que cualquiera se sienta intocable, inmune a las consecuencias de sus actos.


Crea, en un Asambleísta, la falsa sensación de que puede chantajear impunemente al Gobierno de turno a cambio de su voto o pedir aportes a sus colaboradores. Hace que un Presidente de la República se sienta con el derecho de burlarse del físico y el hambre de una mujer.


Provoca que un Alcalde piense que puede delegar a su hijo como ‘operador’ de sus negociados en la institución o que la gerenta de una empresa pública crea que tiene la potestad de ordenar, aparentemente para su beneficio, cambios en el proceso de vacunación contra el COVID-19.


Nuestros políticos olvidan con frecuencia que el poder es efímero y que el chuchaqui moral que deja puede ser aún más difícil de sobrellevar que la resaca física de una caña. Los delitos y la responsabilidad ante las autoridades de control no prescriben fácilmente ni se sanan con analgésicos.


Por eso, si no está preparado/a física y psicológicamente para ocupar un cargo público, mejor evite. El poder, así como la caña manabita, no es para cualquiera. ¡Salud!


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