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Migrantes se adentran al infierno del Darién en grupos familiares

El pequeño Keiler, de apenas dos años, tenía hambre y mucha sed. Casi no le quedaban fuerzas para caminar, al igual que a su madre y hermano menor. Habían caminado incontables horas desde Venezuela y estaban a kilómetros de distancia de cualquier puesto de auxilio médico, en medio de la selva del Darién.


Alejandro Bueno, de 19 años, los vio cuando pasaba cerca. Él había partido de su natal Morona Santiago, Ecuador, en búsqueda de esas oportunidades que le fueron esquivas en su país, al igual que a miles de migrantes que se ven forzados salir de sus hogares.


A lo largo de la historia, los flujos migratorios han estado vinculados a contextos de diferentes crisis económicas. Sin embargo, la última ola de emigración que despuntó luego de la pandemia responde también a un incremento de la violencia y la inseguridad, como refiere el antropólogo Jacques Ramírez Gallegos, en su reciente libro ‘Un siglo de ausencias’: crisis y continuum migratorio.


Alejandro pensó que si pasaba de largo como el resto de caminantes; ignorando a esa familia, iba a convertir el momento en otro doloroso recuerdo de su viaje. No solo porque dejaría de saber de esos pequeños, sino porque muy probablemente hubiera significado condenarlos a la muerte.


El amazónico se detuvo, escuchó a la madre implorar para que se lleve a Keiler, el más grande de sus hijos, y Alejandro no lo pensó. Subió al pequeño a sus hombros y avanzó, sin mirar atrás, agotado, pero también consciente de que con otra vida en sus manos no había opción de rendirse.


Una de las principales diferencias con las olas migratorias del pasado, cuando emigraban primero hombres y luego mujeres, es que ahora se observa una migración en unidades familiares.


De acuerdo con los registros de la patrulla fronteriza de EE. UU. entre 2021 y 2023 hubo 242 565 aprehensiones de ecuatorianos. El 47,45% de los detenidos se encontraba con un grupo familiar, como cita Ramírez Gallegos.

Mientras Alejandro caminaba, se le ocurrió hacer un video con su teléfono celular. Si mostraba el rostro de Keiler -se dijo así mismo- sus padres o familiares lo reconocerían a través de las redes sociales y podrían encontrarlo.


En solo un día, entre el 6 y 7 de abril, esas tomas superaron las fronteras. Registró una audiencia de cuatro millones, de acuerdo con la Escucha Social de Content Manager Ecuador (con Social Alert).


Los medios internacionales siguieron la historia y entrevistaron al ecuatoriano cuando ya estuvo a salvo. Alejandro contó que se adentraron a la selva con el niño. Al tapón del Darién. El ‘infierno verde’ que se extiende a lo largo de 100 kilómetros, entre Colombia y Panamá.


Hasta el 2021, eran muy pocos los que usaban esta vía (387). Al año siguiente subió a 29 356 y, tras el endurecimiento de medidas de control migratorio, como la exigencia de visa para viajar a México, hasta octubre de 2023 hubo 51 129 migrantes siendo los ecuatorianos el segundo grupo que más usa esta ruta por detrás de los venezolanos.


En el Darién, la corriente de los ríos ha devorado a tantos en los últimos años que, para atravesar el río Turquesa, los migrantes deben sortear los cadáveres que flotan junto a las hojas de los árboles.


Si se logra escapar de los animales de la jungla (serpientes, alacranes, pumas, insectos venenosos), se está a merced de los salvajes. Violadores, extorsionadores, asesinos, secuestradores.


Alejandro y Keiler corrieron con mucha suerte. En territorio panameño entregó a su compañero de viaje a los organismos internacionales de ayuda y el pequeño pudo reunirse con su familia poco después.


El ecuatoriano, en cambio, fue detenido. Se encontraba en el Centro de Detención de Inmigrantes en Estados Unidos, a espera que, con algo de fortuna, se le conceda un asilo y no tenga que volver al país que le negó sus derechos sociales más básicos.

Publicado originalmente en Notimercio, edición del 18 de mayo de 2024.


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